Atalaya de Venturada

Las atalayas son torres emplazadas en lugares de destacado valor estratégico, generalmente en líneas de frontera más o menos estabilizadas, o Atalaya de Venturadaasociadas a caminos de cierta entidad (aprovechando, muchas veces, las cuencas de los ríos) transitables por caravanas y contingentes de soldados. No es habitual que aparezcan aisladas, sino que funcionan a modo de eslabones de una cadena; cuando no existe conexión aparente con otras fortificaciones es por desaparición de algunas de ellas.

Su ubicación suele ser en cerros elevados o en extensas llanuras, que permiten un gran campo de dominio visual y la conexión óptica con las atalayas más próximas, así, la atalaya de Venturada forma parte de un conjunto en el que se incluyen las torres de El Berrueco, El Vellón, Arrebatacapas (Torrelaguna), Torrelodones… Todas ellas, diseminadas a lo largo y ancho de la geografía madrileña tuvieron un importante cometido: la vigilancia desde sus emplazamientos estratégicos ante cualquier intento de invasión.

 

A su cargo estaban permanentemente uno o dos hombres, o bien un pequeño destacamento de vigilancia, cuyo objetivo era encender las hogueras y transmitir mensajes desde lo alto. El sistema defensivo podía combinar las torres con otro tipo de fortalezas en su misma línea, o estar compuesto únicamente de atalayas avanzadas en una primera línea, y conectada a ella, una segunda, con fortalezas de mayor entidad, bien simples castillos, bien ciudades amuralladas. Cuando las torres hacían oficio de castillo sus dimensiones eran mayores. Por la tipología no es fácil saber si una atalaya es de fábrica cristiana o musulmana. Si bien es cierto que la forma circular, con un hueco de entrada a cierta altura del suelo es bastante frecuente entre las musulmanes, también lo es que idénticas características se encuentran en torres cristianas.

Atalaya de VenturadaLa técnica constructiva tampoco aporta datos clarificadores acerca del origen de estas torres. El empleo de mampostería es común para ambas culturas, con piedras irregulares dispuestas en hiladas y asentadas directamente sobre la roca, sin cimentación. Se advierte, sin embargo, la tendencia, entre los constructores musulmanes, a colocar las piedras de canto e inclinadas, en espina de pez.

El conjunto de atalayas de la Sierra de Madrid forma parte de un sistema defensivo y organizador de un territorio determinado que conocemos por las fuentes como Marca media del Al-Andalus y que durante el emirato y califato cordobés se va a constituir como frontera entre árabes y cristianos.

El grupo de atalayas de la Sierra Norte se agrupa sobre los pasos naturales entre Somosierra y Guadarrama controlando el acceso a Torrelaguna, Talamanca del Jarama y el Alto Valle del Manzanares en torno al paso de los Puertos de Navacerrada, Fuenfría y Alto de León, es decir, controlan los tres pasos del Sistema Central: la calzada romana de Talamanca del Jarama, la calzada del Puerto de Fuenfría – que aún hoy une Cercedilla y Segovia – y el paso a través de Somosierra, que según algunos autores, pudo ser utilizado por Tariq en el proceso de conquista del año 711.

Existe una línea más al Sur formada por un grupo del que existen dos restos: la atalaya de Torrelodones y la de Hoyo de Manzanares. La segunda línea se sitúa algo más al Norte formando el grupo que mejor se ha conservado y lo constituyen las atalayas de El Berrueco, Arrebatacapas, Venturada y El Vellón, completadas por la desaparecida de El Molar.

 

La atalaya de Venturada es claramente visible desde la actual Carretera Nacional I, especialmente viniendo desde el norte. Es una torre de planta circular , cuyos muros al exterior forman un perfil ligeramente escalonado en tres cuerpos. Su altura total se acerca a 9 metros; cabe destacar que, Atalaya de Venturadaen todo el perímetro de la base hay un pequeño escalón a modo de zócalo. Es de mampostería concertada a base de alinear piedras irregulares extraídas en el entorno inmediato. El relleno de los muros está hecho a base de piedras y argamasa mezcladas. Es un sistema rápido y sencillo de edificar, que permite nivelar y mantener la verticalidad de la estructura sin muchas dificultades, aunque, para ello, se tengan que hacer algunas concesiones como la del excesivo grosor de los muros y la escasez de vanos. La elección de una estructura cilíndrica contribuye a simplificar la aplicación de esta técnica, así como disminuye las tensiones estructurales y mejora las cualidades defensivas de la zona. En la parte inferior la edificación aprovecha la roca original que aflora formando un promontorio natural, y que llega hasta el nivel de acceso de la torre. El grosor del muro es de 1.34 m., tiene 9,20 m. de altura y 5,7 m de diámetro. Se entraba a ella por una escalera de mano que se usaba también para subir a los dos pisos superiores. Llaman la atención dos estrechos túneles hechos en su interior, visibles desde el hueco de entrada y con salida al exterior. Probablemente sean resultado de la desaparición de antiguos travesaños de madera con sentido constructivo.

Su base está formada por un zócalo relleno de cantos y tierra que no supera los tres metros de altura. Sobre él se eleva Atalaya de Venturadamediante un ligero retranqueo del muro la parte hueca de la estructura. Contenía tres estancias superpuestas. Las dos más altas tendrían un suelo de tablazón de madera sostenido por gruesas vigas transversales. De una planta a otra se pasaría por un hueco abierto en el suelo y en el que apoyaría una escalera de mano, posiblemente la misma utilizada para acceder a la atalaya desde el exterior. El acceso era cerrado por una puerta de madera de dos hojas.

La torre de venturada, al igual que el resto de las que integran el grupo, ha llegado hasta nosotros desmochada, por lo que no tenemos evidencia de la forma en la que se remataba la construcción, aunque parece probable que se coronara por una sucesión de merlones, elementos muy utilizados en los remates de muros de fortificaciones.

 

No ha llegado ninguna noticia sobre el funcionamiento del sistema, ni sobre la fecha de puesta en marcha y el tiempo que permaneció activo. Aunque las semejanzas con otros dos conjuntos no muy lejanos -uno, muy numeroso, en las tierras de la ribera del Duero próximas a Gormaz (Soria) y otro, de cantidad y situación más parecidas al madrileño, al Norte de Talavera de la Reina (Toledo)- hacen pensar en una iniciativa defensiva de tipo general, lo más probable es que la dotación y el mantenimiento de las atalayas tuviese un carácter local. En este caso, dependerían de las gentes que poblaban el valle, a cuya cabeza se encontraba el recinto urbano de Talamanca. Así sucedía, al menos, en la organización del sistema de torres de vigía de la costa mediterránea a principios del s. XVI, basada seguramente en los precedentes islámicos de época nazarí, y cuyas ordenanzas se han conservado. Los pueblos costeros, interesados en protegerse de los desembarcos de piratas y de sus saqueos, contribuían con sus impuestos y con voluntarios al funcionamiento de las guardias. Cada puesto tenía asignados dos o tres vigilantes, además de un par de jinetes que recorrían las zonas menos visibles. En caso de alarma, se encendía un fuego en lo alto de la atalaya – con mucho humo si era de día y con mucha llama si ya había caído la noche- para que la población se protegiera. La señal era trasmitida de una torre a otra cuando el peligro se había producido en una zona distante al núcleo principal. En el grupo del Jarama no todas se divisan entre sí, pero sí existen las conexiones adecuadas para que la alerta pueda llegar al valle. Por otro lado, aquí las torres no siguen un disposición lineal, que sería la plasmación de un concepto de «frontera», sino que ocupan un espacio relacionado con el concepto de «marca.» Sus diferentes posiciones y sus múltiples perspectivas forman un entramado multidireccional, de manera que el control territorial es más completo. Su distribución, de Norte a Sur, flanqueando el valle, subraya esta interpretación. Vigilan los vallejos laterales, las zonas de pastos más allá de los cerros, las posibles vías de penetración, las rutas secundarias.

A través de análisis de carbono-14 de restos de madera de una de las torres y de los fragmentos de cerámicas aparecidas en las inmediaciones de las torres – que según diverso autores se trataría de los restos de vasijas utilizadas por los constructores de las torres, quienes habrían arrojado al interior del zócalo las piezas que se les rompieran durante la construcción- se calcula que las atalayas pudieron formar parte de la política de Abd al-Rahman III, basada en el refuerzo administrativo, militar y demográfico de las regiones fronterizas. Fue un intento de apoyo al poblamiento y a la explotación de mayores recursos, de creación de «enclaves económicamente rentables- y autónomos en torno a un núcleo urbano principal – en este caso, Talamanca-, desde donde se gestionaría la jurisdicción.

La atalaya fue declarada por Real Decreto 2363/1983 de 14 de Septiembre (B.O.E. de 15 de Noviembre de 1983) Monumento Histórico Artístico de carácter nacional. La disposición adicional primera de la ley 16/1985 de 25 de Junio de Patrimonio Histórico Español (B.O.E. 29 de Junio) declaró Bien de Interés Cultural todo el monumento histórico declarado con anterioridad a dicha ley y por tanto, la atalaya de Venturada pasa a tener la máxima protección que puede recibir un bien patrimonial español al ser considerada como un edificio de especial importancia para el patrimonio cultural de España, para su historia y arte.

Bibliografía:
SENET, Pia. «Informe sobre el patrimonio cultural de Venturada»

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